Desórdenes, contradicciones y otros supuestos lujos
Nada que demostrar es ahora Todo en desorden. He dicho.
Iba a decirte que es posible que hayas notado que esta newsletter ha dejado de llamarse Nada que demostrar y ahora se titula Todo en desorden; pero lo más probable es que tu vida haya seguido transcurriendo sucia, con grumos y sin recuerdo alguno de mí.
Me hago cargo. Una newsletter y un pódcast solo tienen sentido cuando te regalan alguna frase que te acaricia, te hace pensar, te sirve de ayuda para llamar la atención o lanzar alguna pulla a alguno de tus seguidores. Eso, o para parecer más interesante, reflexiva, gracioso, brillante… Resumiendo: para follar con alguien o para masturbar a tu ego, como casi todo lo que hacemos en esta vida.
El resto del tiempo —un noventa y nueve coma muchos, muchísimos, casi infinitos, nueves—, ningún creador es tan importante. Ni siquiera Dios, Sorrentino o La mala de la película.
Lo sé. Cambio un Nada por un Todo. Es posible que lo próximo sea un Nunca o un Siempre. Ya veremos. No sé si soy un as del marketing o mi familia acertó dejando de hablarme.
Esto viene a significar que, a partir de ahora, voy a publicar cada semana dos o tres “desórdenes”. Este, por ejemplo, es el “Desorden número 54”. El domingo, creo, llegará el “Desorden número 55”. Puede que algún día fabrique un “Desorden: especial amores de diez segundos”. Y eso me la pone durísima. Escribo desórdenes. Fuah. Ya. Soy facilón. ¿Qué queréis que haga? Siempre me gustaron más las Kelme que las Nike, aunque no soporto a la gente con actitud de Skechers.
Aunque lo mejor es que Todo en desorden es una explicación en tres palabras de la temática de mis conversaciones o del funcionamiento de mis escritos.
Si no tuviera tanta confianza con mis amigos y les diera por leer esto, ya estarían llamándome mentiroso. Ellos, a diferencia de vosotros, han estado en mi casa, han probado mis platos, se han bebido mi bodega y saben lo del frigorífico.
Vale. Sí. Sé que resulta impactante que hable tanto del desorden cuando tengo los típicos imanes viajeros de mi frigorífico alineados con tiralíneas, como si el recuerdo de cada país fuera una manzana de un Manhattan vertical. No exagero.
Antes solía hacer lo mismo con mi biblioteca, pero últimamente me la pela un poco. Eso sí, nunca me dio por colocar los libros como un psicópata. ¿A qué me refiero?
Huye, bandera roja, lárgate veloz si alguna vez llegas a una casa y ves los libros colocados por colores. Malo es que no haya libros, por supuesto, pero hacer una gama cromática separando a los autores rusos —si es que saben que existen— me parece una salvajada injustificable (tres cojones me importa si eres jugador del Villarreal o tienes el número de teléfono de Joaquín el del Betis).
Me da mucha rabia que tanta gente crea que los desórdenes y las contradicciones son lujos.
No voy a decir que desordenarse o contradecirse tenga la importancia del oxígeno, pero sí opino que deberíamos cambiar a los que se enorgullecen de ser cuadriculados y van de tener las cosas claras, por un metro cuadrado de posidonia. No es algo personal. Es solo por utilidad.
Verás. Mucha gente siente una curiosidad enorme sobre mi método de escritura. Hay tres preguntas que se repiten hasta el infinito:
1. ¿De dónde sacas la inspiración?
2. ¿Por dónde empiezas un escrito?
3. ¿Cómo logras que siempre (en realidad quieren decir casi siempre) llegue hasta el final de cada escrito?
Y la respuesta a las tres cuestiones es la misma: desorden.
¿De dónde saco la inspiración de mis escritos? Fácil. Remuevo un poco las quince historias que hay en mi cabeza, saco una bola y ya tengo el tema.
¿Por dónde empiezas un escrito? Eso no importa. Rara vez el primer comienzo sobrevive. Solo tecleo algo que sea cierto, vergonzoso y crudo. El resto sale solo. Es como vomitar, correrse o decirle a alguien tóxico que te produce urticaria.
¿Cómo hacer que el lector no te abandone? Aquí se abre un abanico de posibilidades. Siendo un genio. No es mi caso. Siendo útil. No suele ser mi caso. Cabreando. Es, a veces, mi caso. Sorprendiendo, desestabilizando o provocando al lector. Puede que esa sea mi única especialidad. Luego habrá a quien se le manche el vaquero por los fluidos generados o quien me escriba por Instagram para decirme que graciosa es mi puta madre, que ¡viva España! o que me clarea el cartón. Ese ya no es mi problema.
Estoy pensando que, en realidad, lo del nombre de la newsletter no es tan importante. En general los nombres no son tan significativos, o que se lo digan al que llamó Parque de atracciones de Madrid al Parque de atracciones de Madrid. Dicho esto, es probable que discrepes conmigo si te llamas Eva Fina Segura, Dolores Fuerte Barriga o tienes el primer Mesón Paco, la primera Casa Pepe, el primer Bar Manolo de la historia o fuiste el primero en llamar Paradise a un puticlub.
La actitud es lo que importa. Y en mi caso viene de lejos. En Pilar 44 ya me llamaban desordenado (veintisiete por ciento de las veces), orgulloso (treinta y dos por ciento de las veces), respondón (“quitirci pir cinti di lis vicis”), apóstata (ahora en el cien por ciento de las veces).
Y sin embargo, cada una de esas supuestas cualidades negativas me ha permitido sobrevivir, ganarme la vida, tener amigos, no morir virgen, recorrer el mundo o tener una biblioteca digna. Todo ventajas.
¿Qué hay de ti? ¿Cómo van tus desórdenes? ¿Huele tu cama a napalm? ¿Sueñas con volar en el cohete de Tintín? ¿Reservas cada hotel del viaje o estás dispuesto a dormir en tu coche aparcado en doble fila? ¿Dejas que un extraterrestre llamado Jesús controle tu vida? ¿Estás aprendiendo a hablar mejor en público? ¿Nos muestras ya ese puto cuaderno con notas y poemas que tienes en el cajón? ¿Reconoces, por fin, que no te has leído Los pilares de la Tierra ni Platero y yo? ¿Coses o dejas que te vista Amancio? ¿Prefieres ver a veintidós millonarios correr detrás de un balón o eres de los míos y lo tuyo son veinte ricachones dando vueltas con un coche cursi a un circuito? ¿Sandía, melón o solo cocaína? ¿Tienes una airfryer, vas a CrossFit o lo tuyo no son las sectas? ¿Has follado alguna vez mientras sonaba de fondo Juan Luis Guerra con 4.40? ¿Llamaste “Bro” al conductor de Uber alguna de las veces que te llevó borracho a la puerta de tu bloque? ¿Qué expresión borrarías del lenguaje humano? Si pudieras robar un éxito sin que se notase, ¿cuál elegirías?
Y mientras tanto se acerca la estación más desordenada de todas. No sé por qué razón me cae tan bien esa gente que cuenta los domingos para que sea verano.
Resumiendo: una manera de guiñar un ojo a La mala de la película, y lo que surja. Quizás descubras si tiene imanes en su nevera. Por cierto, no sé si fui niña de Nocilla o de Nutella, pero entre el Parque de atracciones y la Warner, siempre lo tuve claro. Poco me importó su nombre.