#44: ¿Por qué tu ex también se quedará con el perro?
Pocas cosas se echan tanto de menos como un perro y su mirada fiel. Pero podría ser peor. Hay viejos novios y abandonadas novias que intentaron quedarse con tu cordura, tu dignidad y hasta tu alma.
El viernes por la tarde deseé estar muerto. Nada grave. Fue solo un pensamiento fugaz, como quien se plantea hacer crossfit o tomar un chupito de Fireball: se te pasa enseguida. Fue un recordatorio más de lo peligroso que es querer conocer el desenlace de algunas historias. No está el patio para bromear con suicidios, helicópteros y aranceles, así que me acojo a la literatura y a la esperanza de que esto lo lea gente inteligente.
Todo empezó en la barra del restaurante Los Naranjos, un local recomendable si alguna vez pasáis por error cerca de mi pueblo. Después de un año dando vueltas por esos mundos perdidos de Dios, estoy de regreso como un ciudadano no demasiado ilustre de esta villa con un censo de poco más de cinco mil almas. Tomaba algo con mi amigo Carlos y nuestras respectivas —es raro que estemos los dos casados— cuando surgió el tema Gigante, el nuevo disco de Leiva. ¿Te ha gustado? Sí. Ángulo muerto, temazo. Ha vuelto a ganarme. Y la canción con Robe, brutal. ¿Viste lo de La Revuelta? Todo el puto mundo ha visto lo de La Revuelta, dije, aunque me jode no haberlo escuchado en vinilo aún, añadí.
Ya he confesado alguna vez que soy de esos. En mi lista de gilipolleces varias está lo de escuchar discos de vinilo, moler el café cada mañana o aseverar que necesito un crujiente en casi todas las comidas. Bobadas por las que el abuelo Satanás me hubiera dado una hostia monumental antes de mandarme a pastorear ovejas o podar olivos. Pero estos son otros tiempos, e intuyo que hasta el abuelo se sentiría bien por tener un nieto leído, viajado y follado.
Carlos confesó que, tras dejarlo con su ex, ella se quedó con sus vinilos de Leiva y Pereza. Con eso y con el perro. Una putada, sí. Sobre todo por lo último. Pocas cosas se echan tanto de menos como un perro y su mirada fiel. Pero podría ser peor. Hay viejos novios y abandonadas novias que intentaron quedarse con tu cordura, tu dignidad y hasta tu alma. Mal asunto, aunque nadie se libra de haber rozado el larguero de meternos en una de esas. Es más, me atrevo a jurar que todos tenemos alguien cercano que está metido hasta las orejas en uno de esos embrujos tóxicos.
Mis ex no se agenciaron ninguno de mis vinilos, aunque yo reconozco que tengo dos o tres libros en mi biblioteca que siguen agradeciéndome que los robara en aquella última caja. Están mejor conmigo, de eso estoy seguro. Mi conciencia está tranquila porque al otro lado de la red se quedaron —queriendo o sin querer— algunas cosas.
Una de ellas se quedó con gran parte de mi pasta. Siempre es feo hablar de dinero; pero no importa, somos adultos y Hacienda somos todes; quitémonos los complejos de una puta vez. Con pasta me refiero a más de doscientos mil. Nunca lo he considerado un trauma. Además, siempre se me ha dado bien generar más de esos papeles sucios. Sin rencores.
Otra se quedó con dos sillas blancas con reposabrazos para el estudio, esa Thermomix de la que ya hablé hace tiempo (recibí mi mitad, todo sea dicho, y me la gasté en un par de noches gloriosas) y un perro que parecía una fotocopia de mí mismo. Amable, eléctrico y hablador cuando socializábamos, pero silencioso, meditativo y cariñoso en la soledad del hogar. ¿Por qué los ex siempre se quedan con los perros? Ahí queda flotando en el aire la cuestión. Eso sí, estoy tranquilo porque no me cabe la menor duda de que el perro seguirá bien cuidado. Ella era buena persona, y estoy seguro de que no habría permitido que ninguna pareja nueva —desconozco cuántos habrán llegado tras mi espantada— se portase regular con el perro. Confío en su criterio de buena madre y cuidadora. Y debo añadir que fui yo quien decidió no volver a verlo. Durante unos meses lo hice y el pobre animal se tiraba un día entero llorando en la puerta de casa cuando me marchaba. Triste para mí, cruel para él. Será mejor que me recuerde como aquel buen amigo que un día desapareció.
Seamos honestos. Todos nos hemos quedado algo de un ex. El novio anterior de un amigo se quedó con un reloj de cuco heredado de su abuela Carmen. Fue un trauma, de nada sirvió decirle que era horrible y sonaba como un gallo sodomizado. Nunca le gustó esta última referencia. Sin embargo, me siento orgulloso de otra amiga, ladrona fina que se llevó media Stratocaster de su novio —cuando digo media quiero decir literalmente media— y los DVD, dejando la caja de plástico, de El Padrino I y El Padrino II (no tocó El Padrino III porque le sonaba que era mala), la última vez que fue a su casa, ya consciente de que el tipo se follaba a una alumna de la facultad.
Cuando dejé caer a Carlos que sigue habiendo tiendas de vinilos y que Wallapop está lleno de gente tratando de arañar unos euros vendiendo cosas, me respondió que los discos antiguos de Leiva se los puede comprar de nuevo su puta madre, que él ya no se pone a coleccionar más cosas y que la pasta se la deja ahora en restaurantes buenos, que eso no hay ex ni juez que te lo requise.
Admirado ante su discurso potente y conciso, no tuve otra que añadir que, cuando yo entierre el pico, él se quedará en herencia con mis vinilos. Sirva este escrito como testamento, ya de paso. No recuerdo muy bien si hubo risas ante mi oferta o simplemente asentimiento para dar por colocados los discos. Poco importa. Tanto él como mi mujer tienen clara la idea, así que no había mucho más que decir. Quizá por eso alguien cambió de tema, aunque mi cabeza siguió relamiendo aquella idea.
¿Cómo sería la entrega? Hola, Carlos, pásate a por los vinilos de Leiva, que ocupan mucho y encima el gilipollas de mi marido eligió una urna enorme que ocupa un cojón. No tengo espacio para sus cenizas y tantos discos. Nah, no creo. Demasiado Marie Kondo para mi mujer. Por cierto, ¿qué fue de la japonesa aquella que lo ordenaba todo? ¿A ver si nos la hemos olvidado dentro de un IKEA? Descarté rápido aquel desenlace.
Me pega algo más dramático. Con gafas de sol, pañuelos llenos de lágrimas y mocos, quizá algún desmayo. Hay quien dice que algo has hecho bien en tu vida cuando la gente gasta más de un paquete de pañuelos en tu funeral. No estoy de acuerdo. Yo me conformo con que no venga nadie para asegurarse de que ardo. Tal vez la entrega de los vinilos fuera con un lazo rojo elegante. O mejor negro. Y ahí, ajeno a la conversación del resto, empecé a hacerme preguntas. ¿Debería dejar escrita una nota y meterla entre las páginas de las letras? ¿Y si le cambio los vinilos de Leiva por alguno de Bertín Osborne o Antonio Orozco? ¿Debería dejarle también los vinilos de Extremoduro?
El caso es que, por un instante, vi claro cuál era la solución ante la duda: palmarla. Luego me di cuenta de que no creo ni en la resurrección ni en el cielo; y para ser sincero: si después de esto me convierto en fantasma, pasaría más tiempo en casa de Margot Robbie que en la que fue mía. Bastante tuvieron mi señora y mis amigos con aguantarme con vida.
Y ahí terminó mi sueño suicida. No pasa nada por desconocer el final de algunas historias, sería la moraleja.
A todo esto. Como decía antes, esta semana he vuelto a muchas cosas. Al pueblo. A pensar en mi muerte. A disimular que me aterra mi muerte haciendo alguna broma con lo de estar muerto. Y a ver la tele. La tele tele, la de siempre, con las tetas gordas de Telecinco y los chistes malos de Matías Prats. No Netflix o mierdas de esas. No. Tele con su publicidad y todo. Puede que este párrafo resulte estúpido para mucha gente, pero cuando os tiréis un año sin ver la tele ya me daréis la razón.
He flipado. Resulta que Chenoa anuncia un desengrasante y Bustamante trata de convencerte para que hagas la declaración de la renta con una empresa cuyo nombre no recuerdo. ¿Quién en la agencia de publicidad correspondiente creyó que ese era el perfil adecuado para el producto? Bustamante, fichemos a Bustamante, es un valor seguro. Imagino que son alumnos directos de los que ficharon a Rebeca Pous, la que cantaba aquello de Duro de pelar, para Aurgi. ¿Por qué nadie contrata a políticos, al menos a alguno de los retirados, para hacer anuncios? No me neguéis que ver a un político anunciar una lejía no tendría su punto. El día que vea a Zapatero anunciando yogures para la flora intestinal o a Aznar protagonizando una promoción de Gillette sabré que esta España avanza sin dejar de ser la de Berlanga.
Ayer me engancharon muchísimo algunos capítulos de esas series francesas basadas en el Mar Caribe: Crimen en el paraíso y Crimen en el trópico. Puede que sean malas, sí, pero entretienen y se aprende mucho de cómo no hacer guiones cargados de frases malas e historias predecibles. También vi a Ana Obregón hablando de esa nieta nueva que se ha echado. Y tengo que terminar este escrito reconociendo que me quedé dormido viendo un programa de tarot llamado Tarotéame. Seguro que los que eligieron el nombre son los de Bustamante o Rebeca Pous. La señora que lo presenta es buena. Lleva desde el año 92 en la tele. Son números de Ramón García. Tela. Por cierto, tengo que contar lo de mi época como tarotista, pero oxigenemos un poco el aire esotérico de la newsletter, que llevo dos semanas dándole duro al tema, entre eso y hablar de esnifar coca encima de unas tetas y saborear el amargor en el ego tras unos cuernos voy a terminar siendo predecible. Mal asunto como ferviente seguidor del mejor de los credos: jamás aburras a quien te lee.